sábado, 19 de diciembre de 2009

Mr Joe

Recuerdo que estaba con algunos amigos en un pequeño bar de Nueva Ámsterdam cerrando un día feroz con un trago. Juntos frecuentamos este lugar porque siempre encontramos un ambiente tranquilo. Algunas veces nos quedamos hasta más tarde a presenciar el espectáculo de alguna banda latina o simplemente por el gusto de elevar el grado de alcoholemia. Justamente esa noche algunos músicos afinaban los instrumentos.

Las conversaciones en ese lugar se solían convertir en verdaderas tertulias cuando había suficiente vino en mi cabeza. Yo me sentaba en la palabra a departir mi discurso, mientras la masa prestaba atención y esperaba por alguna debilidad teórica, algo que se les pareciera al talón de Aquiles de mis teoremas. Pero esa noche todo era diferente, pues la muchedumbre estaba dispersa y lanzaba desorganizadas reflexiones y conjeturas a diestra y siniestra, Mister Joe caminaba gatunamente hacia la barra y yo centrifugaba el vino servido en la copa.



No se cuanto tiempo había pasado pero creo que ya había logrado decantar los taninos de mi licor, y fue en ese preciso momento que la vi cantando en la tarima. Los muchachos brindaban por nuestra amistad, yo permanecía atónito mirando a esa hermosa rubia, y mister Joe trataba de entablar una coqueta conversación con la bogotana de la barra.

Mi mesa callaba para ver la función, Mister Joe regresaba guardando un número telefónico en la memoria del suyo, yo giraba la copa al sentido contrario buscando homogenizar de nuevo el vino, ella cantaba y bailaba folclor suramericano, mientras su amigo interpretaba hábilmente la guitarra. En ese entonces, fue súbitamente bella y fácilmente caí en tentación.

Les confieso que la estaba anhelando profundamente ¿y que hay de malo en eso? Si todos deseamos poseer algo bello; es mas, a mi me gustaría ser bello también, tanto como el dios Apolo. Entonces empecé a alucinar con llamar su atención, hacerla bajar del escenario para bailar este silencio hasta el amanecer.


- Envuélveme, Sofía, toma mi mano y enséñame uno de esos bailes hispanos.

Había pasado más de una hora de función y no dejaba de mirar aquella mujer. En efecto, caí encantado por su cabello rubio como el trigo, sus ojos grandes, y verdes como esmeraldas; por su piel blanca como un algodón y su boca roja como el vino. Si, exactamente como el tempranillo español que estaba bebiendo. Y al danzar su canción, agitaba sus amplias caderas y su parte de atrás; hasta esos rasgos llamaban mi atención.

- ¡Pásame una botella mister Joe! - Exclame al salir de aquel trance.



Recuerdo, que Inconsolable le cruce el brazo y le dije en voz baja - Cree en mi, ayúdame a creer en cualquier cosa, quiero ser alguien que cree -

Mister Joe y yo solemos contarnos cuentos de hadas, compartimos nuestras ambiciones y nuestros deseos, y luego clavamos la mirada en mujeres guapas. Por esa razón, desvié la mirada de mister Joe hacia el atrio. Yo quería que observara mi tesoro manifiesto, y era ella quien estaba viendo hacia la mesa

- Te esta mirando… Oh no, no, me esta mirando a mi - Sonriéndome angelicalmente entre las brillantes luces, llegándome en stereo, aproximándose polifónica y en technicolor.

Ella cantaba tan dulce como las míticas sirenas, tan alegre como las mirlas de mi valle, y tan afinada como una guitarra flamenca. Solo yo seguía, con desmaña, sus letras desde la mesa. Se que le causo curiosidad verme tararear su repertorio y pensé que seria eso una buena excusa para hablarle.

- Será mejor no intentar - Así que sonreí escépticamente y zangolotee a Mister Joe.

- Cuando todo el mundo te quiere, no es posible sentirse solo, Mister Joe - Exclamé.

La desolación y el alcohol me habían puesto existencial y continué parloteando -Pintare un autorretrato; me pintare en azul y rojo, y en negro y gris pues cada uno de estos hermosos colores tiene un gran significado… Mi favorito es el gris -

Entonces, sentí todo esto tan simbólico, tan trascendental.

- Si conociera a Picasso, me compraría una guitarra gris y le tocaría una canción - Mister Joe me miro con afecto y se echo a reír.


Mister Joe y yo miramos al futuro, proyectamos, apostamos y nos hacemos ilusiones y luego clavamos la vista en las mujeres guapas.

- Te está mirando… Uh, no lo creo. Me está mirando a mí. - Desde esa tarima colgante, sin un Cable a Tierra y de pie bajo los focos de colores.

- Me compré una guitarra gris - Le conté a Mister Joe, varios meses después de mi regreso a Nueva Ámsterdam.

Para ese entonces, ya no cumplíamos a la cita en el pequeño bar, ya no éramos más que tres gatos. Tampoco volvimos a oír cantar a la rubia, que si bajó del estrado, pero nunca tomó mi mano ni me enseño a bailar tango. Todo había cambiado.

- Cuando todo el mundo me quiera, nunca me sentiré solo, Mister Joe - Exclamé.

La desolación y el alcohol nuevamente me habían puesto existencial y como de costumbre continué parloteando - Yo quiero ser un león, y todos aquí en Nueva York quieren hacerse pasar por gatos -

- No estoy de acuerdo. Todos queremos ser grandes, grandes estrellas; pero tenemos diferentes razones para ello. - Me refutó Mister Joe.

- Cree en mí, porque yo no creo en nada, y quiero ser alguien en quien creer -

Mister Joe y yo nos tambaleamos por el barrio, y sí, clavamos la vista en las mujeres guapas.

- Esa nena es perfecta para vos, ¡Parcero! Tambien tiene que existir alguien para mí -

Yo Quiero ser Bob Dylan, Mister Joe quiere ser alguien un poco más extraño, tal vez Valderrama.

- Cuando todo el mundo te quiere, ¡Ñiño!, eso, eso es lo más extraño que puedes ser – agrega Mister Joe quien sonríe irónicamente.

Unos metros mas adelante el y yo nos detenemos frente a una vitrina y clavamos la vista en un video musical. Después de un rato el halo fuerte de mi brazo y yo me le escapo.

- Algún día cuando mire la televisión, quiero verme en ella – agregue – “Todos queremos ser grandes estrellas” Pero no sabemos por qué y no sabemos cómo lograrlo, y cuando todo el mundo me quiera, voy a ser lo más feliz que puedo llegar a ser -

Mister Joe y yo, vamos a ser grandes estrellas...

* Basado en: la canción de Mr. Jones de Counting Crows
** Textos tomados de:
Children in bloom

domingo, 13 de diciembre de 2009

El Cochecito Millonario

En vísperas de la navidad un cochecito para bebe reposa en la acera de la calle 82da de Jackson Heights, la misma calle que lleva por nombre el de nuestro país y que por tradición ha sido el boulevard de nuestros compatriotas, a un par de metros de la entrada de la estación del tren y en frente del restaurante mas popular y mas populoso del sector. Sin bebe alguno en sus entrañas y sin un dueño aparente, aquel coche simula estar descuidado o tal vez abandonado por el dueño. La mayoría de los transeúntes pasan inadvertidos, otros solo eluden su responsabilidad al seguir de largo, y algunos pocos siendo mas solidarios se detienen preocupados por el gélido bebe. ¿Pero quien podría dejar un infante abandonado en mitad de esta calle? Con esta noche tan fría y ventosa.

“Toparías” Ningún bebe adentro. En su lugar, una fina cartera de mano pavonea un suculento abanico de billetes de dólar. Déjenme calcular… Cinco billetes de $20 dólares son ondeados por la brisa. Pero ¿A que mujer se le ocurre dejar una cartera ahí, con un abanico de billetes? Entonces, la mente empieza a administrar dicho monto: Para pagar la cuota de la tarjeta de crédito, o el regalo de navidad del hijo, o el giro para la cena de mama. Tantas opciones para emplear esos sensuales $100 dólares, que a pesar de la circunstancias y de la necesidad, no os pertenecen.

Tres hombres y una mujer, que se detienen frente al coche, se percatan del dinero. Ellos comentan lo insólito del hallazgo y discuten si tomarlo o no. Ella, quien luce más cautelosa, contiene las intenciones de uno de los jóvenes, quien quiere asegurarse de que el coche esta realmente abandonado. Mientras tanto, haciendo parte de este paisaje urbano hay dos patrullas de policía estacionadas en ambas vías, algunos oficiales aperchados en estas cuatro esquinas, y un par de hombres caucásicos vestidos con abrigos, pasamontañas y lentes oscuros, esperando ser arreados. Una carnada para ingenuos demasiado obvia, que tienta la honestidad del cándido peatón de esta vía para así atraparlo in fraganti; quien sabe con que fin.

Ya es la segunda vez que paso frente al triste coche abandonado, la fina cartera de mano y el morboso abanico de billetes. Parece ser esta una práctica periódica frente al restaurante de McDonald’s de la calle 82da y avenida Roosevelt. Como es periódico también, el evidente operativo y sus actores. Esta vez, yo me detengo frente a la trampa y con prudencia le revelo a un amigo dicho complot, quien al ver mas allá de sus narices, cae pasmado por la indignación. El saca su teléfono celular futurista con la única intención de “Tomarles una foto a las palomas noctámbulas de la Calle Colombia” Su pulso enredado entre las trescientas mil utilidades del teléfono y sus nervios alterados al debutar como reportero hacen difícil la maniobra. “Las luces de los carros no me dejan tomar una buena foto” Exclama, mientras oprime el botón y hace lo mejor que puede. Mientras tanto, yo hago la parodia de contestar una fortuita llamada telefónica, para hacer de ese sospechoso malabar de teléfonos celulares una muy eventual y muy regular acción. El contoneo del derrière de una hermosa señorita fue la coartada perfecta para salir de ahí ilesos, con las fotos y con la historia. “Creo que las fotos no van a servir” Se lamenta mi colega, mientras desvía la mirada de la pantalla del teléfono hacia el femenil objetivo.



De pie frente al lugar donde hacen los pandebonos que saben a los de Cali, con los huesos calados por el frío y con el corazón estreñido, discutíamos sobre el objetivo del cochecito millonario. ¿Qué tipo de operativo es este? ¿Por qué en medio de la calle Colombia y frente a un restaurante popular? ¿Por qué en vísperas decembrinas? ¿Por qué donde mas del 80% de los caminantes son colombianos, mexicanos y ecuatorianos? Yo pienso que esta es una trampa diseñada para un latino, que por ingenuo, termina siendo procesado como un vulgar ladronzuelo de poca monta, y que sin poder negar las evidencias y sortear el libreto del fiscal terminaría siendo deportado a un país donde aprendió que a “papaya puesta papaya partida” o “lo que uno se encuentra tirado en la calle, no tiene dueño” Para finalizar, no tengo mas que preguntarles: ¿Qué concluyen ustedes?

miércoles, 11 de marzo de 2009

El Depresivo Mural del Terminal 4 del J.F. Kennedy


Como un mal presagio de lo triste que podía llegar a ser la vida del inmigrante común y corriente en la inmensa ciudad de Nueva York, aquel mural del cuarto terminal me advertía de los riesgos del paso que estaba dando. Como gárgolas demoníacas empotradas en el portal de acceso a la casa de Dios, estaban grabados los rostros afligidos de decenas de inmigrantes de todas las razas.



Mientras yo observaba con detenimiento y temor cada uno de los retazos de dicho mural, y caminaba hacia la fila de quienes profesaban y creían en el sueño americano, no dejaba de refrendar “Demonios, demonios... Ninguno en este mural esta sonriendo, ninguno es feliz” Impactado por lo que Deborah Masters (tal vez) expresaba en su obra, empuñaba mi pasaporte, la radiografía y la bolsa de papel sellada que debía ser entregada a los oficiales de Inmigración.

Mis coterráneos y demás vecinos de línea censuraban mis necias palabras con sus lánguidas miradas; pero estoy completamente seguro que solo evadían su temor y trataban de ser algo “positivos” En contraste, un antioqueño cincuentón, desgarbado, escueto y sin pelos en la lengua, exclamo: “Joven, es que aquí se viene a comer física (*)” Quede absorto pensando en sus lacónicas palabras y en el "por que" del mural. ¿Por que exactamente ahí? ¿Por que ese mensaje? ¿Será esto una advertencia? o Tal vez una clara intimidación para que demos media vuelta y nos larguemos de su paraíso. Tan solo usted tendría que observar con detenimiento cada cuadro, cada uno de los símbolos de esta obra y cada rostro, para comprender lo que en ese momento sentí.

En el primer segmento, Las Caras de Nueva York, una señora de cejas prominentes medio sonríe para esta foto, debido a un incontrolable cólico menstrual. Mientras tanto sus compañeros de escena le recomiendan un poco de Advil o Tylenol para su dolor. Pues es así es que ellos menguan sus dolencias para poder seguir trabajando.


En el yeso titulado El Subterráneo, nadie parece alegrarse porque esta vez el tren no se demoro en volver a pasar; es que sus mentes están concentradas en resolver los problemas de su lejano hogar, en la soledad de las cuatro paredes donde pasa la noche, o en pagar la tarjeta de crédito de Doña Victoria Secreta.


En el simbólico, representativo y mil veces elogiado Puente de Manhattan, aunque en plena primavera, se vislumbran sobre él algunas nubes negras, que aparecen como un inquietante presagio. Una oscura predicción de los eventos que, valga la redundancia, están por ocurrir: Una creciente crisis económica, una incontrolable pandemia, un inevitable atentado terrorista, o la interminable interdicción en Medio Oriente.


En la floristería, un enclenque perro da muestras de su adaptabilidad y abnegación a las precarias condiciones de sus estoicos amos; pero observa envidioso y resentido la fortuna de su colega, a quien obviamente, no le escasea el pernil ni la pechuga, aunque si el desinteresado amor de su majestad.


Las encargadas del mercado de las pulgas deberían de aprender algo sobre atención al cliente y técnicas de venta. Tal vez con solo sonreír a cliente y no restringirse al frío e imperativo ¡Next! Este saldría realmente satisfecho, con sus bolsas llenas de artículos, y con ganas de regresar a comprar por comprar.


En el en sector del Times Square ya no hay quien se deje cautivar por los magnánimes edificios y los miles de anuncios luminosos, tan solo los fisgones turistas con sus cámaras japonesas. Posiblemente la melancolía y los espasmos musculares, que ponen tenso el cuello, no dejan que los neoyorquinos miren hacia el frente y hacia arriba, para disfrutar el despliegue artístico y publicitario que ha sido diseñado para ellos.



Hay un Parque infantil en el Bronx donde ni los niños ríen; no se escuchan los bullicios y las risas, no se oyen los chillidos de histeria ni las rondas. Tan solo están usando por usar los pasamanos, columpios y resbaladores. No creo que estos chiquilines estén jugueteando, puede ser que ya no entienden que si es posible hacerlo lejos del televisor y el video juego.


Estos afligidos trabajadores de una de las tantas oscuras factorías, parecen sobre-explotados por sus jefes. El exceso de trabajo, las malas condiciones ambientales y una pésima remuneración no son buenos alicientes para hacer lo mismo día tras día. Y esto continuara así hasta que alguien, embargado por la envidia, los denuncie a inmigración y deban renunciar a su posición para que los sabuesos pierdan su rastro.


Lejos de ahí, quienes están en su día libre haciendo picnic en el Bryant Park, no dan muestras de estar pasándola muy bien que digamos, aunque el clima es perfecto, el sol esta brillante y no hay quejas por la atención en las mesas, estos prosaicos individuos se han vuelto unos estreñidos de la felicidad.



El tren 7 nunca había estado tan patético, como siempre repleto de negros, sudacas, indios, asiáticos, marcianos y atlantes; todos maltrechos, grasientos, haraposos y pecuecudos; que excluidos, ofendidos, golpeados, denigrados, acorralados, vituperados, avergonzados, estafados, despreciados, expulsados (Si omito alguna otra cosa que nos hayan hecho, no es por falta de memoria, si no por falta de espacio) regresamos a casa para aplastarnos frente al televisor a beber una insípida Budweiser y comernos una hedionda pizza de queso con queso.



El percusionista caribeño, quien con ínfulas de consagrado artista, suele hacer su espectáculo en la 44ta, se ira a casa con unos cuantos “quarters” en el bolsillo. Monedas que sin más remedio deberá ir juntando para pagar la renta de esa mazmorra llena de cucarachitas y chinches, que por lo costosa, en vez de alquiler parece una multa.



Estos ejecutivos deben ser los corredores de bolsa de Wall Street. Lucen como a quienes les toco la crisis económica del 2008. Tal vez este molde fue inspirado en algo que Deborah vaticino o es un dibujo de algún Déjà vu.



Parece que ni la propia Deborah escapa de la tristeza de su obra. En esta representación se nota a leguas que no la pasa bien con sus invitados a cenar, y estos desagradecidos por su parte se quejaron de la sazón de la carne, que la sopa estaba fría, que el vino no colmo las expectativas, y que las papas quedaron crudas; mejor ni arriesgarse a probar el zumo de la gran manzana.


A la Botánica mexicana ya nadie va a buscar ni un San Antonio Bendito puesto de cabeza. Según parece, los santos perdieron la fe, La Virgen cerró su despacho en Queens y ya no intercede por nadie, ahora ni Babalawo, ni Yemaya concederán peticiones, y para rematar San Gregorio Hernández se volvió Chavista.


He dicho! En la en la Pescadería China algo huele mal!



Bajo el Puente de Brooklyn alguien se casa por conveniencia o solo para obtener la residencia americana.



Un momento… Algo contrasta con la armonía del mural. Alguien sonríe porque ganaron los Yankees! su cabello rubio y ojos azules podría apostar que no es inmigrante, aunque también los hay caucásicos.



Y después de observar todos los yesos, en el ultimo, dos inmigrantes se ven contentos; muy pocos ¿no? Puede ser que tan solo presumen para que sus amigos y familiares no se enteren que la casota que tienen se la deben al banco y están a punto de perderla, que el Mustang rojo es del vecino, su hermoso juego de sala clásico se lo encontraron en el anden de alguien que ya no lo quería, Los levis’s que visten se los compraron a los “Mecheros” y que los 4 mil dólares que acostumbran a despilfarrar en la Feria de Cali con sus amigos, familiares y vecinos los consiguió con un segundo trabajo o “a punta de Over time”



Posiblemente en New York más que inmigrantes felices, hay inmigrantes conformes que soportan muchas condiciones adversas y extrañan muchas cosas de sus vidas en sus países de origen (exonero a los que con seguridad pudieron cambiar sustancialmente sus vidas, en la ciudad de las oportunidades); por esa razón reflejamos nuestras tribulaciones en el rostro y los artistas lo logran captar e interpretar.

lunes, 18 de agosto de 2008

El Tren 7

Si hay algo en Nueva York con lo que podamos identificarnos los colombianos residentes en esta gran ciudad, es el elevado Tren 7. Es este ruidoso armatoste el que cruza por los vecindarios donde vivimos, estudiamos, trabajamos, nos divertimos y tenemos nuestros establecimientos. Casi estamos obligados a usarlo, verlo o al menos escucharlo pasar.

Aunque no es de uso exclusivo de los colombianos, no está pintado de amarillo azul y rojo, ni está decorado con carpetas tricolor de lana, no ponen vallenatos, guas carrilera ni, en el mejor de los casos, salsa; Tampoco hay la silla de montar miniatura, la botellita de aguardiente y el carriel antioqueño colgado del espejo retrovisor, ni mucho menos un machete de emergencia ajustado entre alguna unión de hojalata; ese tren es nuestro tren.

En discrepancia con lo anterior, muchos escritores lo han querido denominar como el “Expreso Internacional”, esta tesis se puede probar cuando muy temprano en la mañana los usuarios asiáticos que vienen desde su asentamiento en Flushing, nos dan “un permisito” para entrar a los vagones. Unas cuantas estaciones después nosotros les hacemos “un campito” a los europeos, y así nadie se queda por fuera. Todo mezclado; colombianos, asiáticos, latinoamericanos, afroamericanos y europeos, todo mezclado. Como en la obra del cubano Nicolás Guillen:


… Estamos juntos desde muy lejos,
jóvenes, viejos,
negros y blancos, todo mezclado;
uno mandando y otro mandado,
todo mezclado;
San Berenito y otro mandado,
todo mezclado;
negros y blancos desde muy lejos,
todo mezclado;
Santa María y uno mandado,
todo mezclado;
todo mezclado, Santa María,
San Berenito, todo mezclado,
todo mezclado, San Berenito,
San Berenito, Santa María,
Santa María, San Berenito,
¡todo mezclado!... [1]

¡Como sea! El Tren 7 aunque internacional, es nuestro; pues como ya lo había asegurado, desde donde vivimos, estudiamos, trabajamos, nos divertimos y tenemos nuestros establecimientos, los colombianos utilizamos esta línea para dirigirnos hacia los colegios, trabajos, universidades, bancos, almacenes, parques, museos, playas; en fin donde haya que ir; y por ese motivo es nuestro.



Aun, si eres un turista colombiano en Nueva York, seguramente tomarás el Tren 7 para ir a conocer el Grand Central Terminal, a las decenas de teatros de la zona del Times Square, Rockefeller Center, la sede de la Organización de las Naciones Unidas en Manhattan; si quieres pasear por la Helénica Astoria este tren conecta con el que te enclava en ese lugar, si tu destino son las industrias de Long Island City o LaGuardia Community College, las comerciales Queens Boulevard, Sunnyside y Roosevelt Avenue, El Tren 7 es una opción.



Al Tren 7 le gusta el fútbol tanto como a nosotros los colombianos, los miércoles y domingos es Hincha del Deportivo Cali, del América y del Atlético Nacional; cuando juega la Selección Colombia algún encuentro internacional, se viste con la “casaca tricolor” y moviliza a nuestra hinchada hasta los bares especializados en deportes que están localizados sobre su cauce.

Pero su verdadera pasión es el beisbol. Él es un aficionado acérrimo al equipo The New York Mets. Su máquina transporta a miles de seguidores a su templo, The Shea Stadium. Como prueba de su ímpetu por el beisbol, en el torneo Subway Series disputado en el 2000, varios vagones del antiguo modelo Redbird que sirvieron a esta línea fueron decorados con el logotipo de los Mets. Es tanta su devoción por ellos que los usuarios pueden recibir descuentos en la boletería. Así que la próxima vez: Take the train to the game™, toma el tren al juego.



Al lado contrario del aparatoso Shea Stadium se encuentra El Parque Flushing Meadows–Corona, que es el segundo parque público más grande de la ciudad de Nueva York, este monumental tren también trasporta colombianos hacia el lugar mas amplio para el esparcimiento y la diversión.


En mi primer intento de tomar algunas fotos para hacer una descripción mucho más amplia del Tren 7, el día estaba tranquilo, caliente y algo radiante; esperaba que las nubes que le dan ese aspecto opaco a Nueva York, no aparecieran del todo. Decido empezar a disparar desde la estación de la calle 69, subo las escaleras de hierro y madera hasta la insípida plataforma donde están las registradoras, las máquinas automáticas y el cubículo donde puedes comprar la tarjeta para entrar al sistema.


Además de mi cámara fotográfica, lo más importante en este ejercicio es adquirir una tarjeta, La famosísima MTA MetroCard. Me acerco a la máquina ya que es preferible interactuar con este armatoste de hierro, cobre y cables retorcidos que con el sujeto de la garita, por lo general forja más calor humano la unidad de alimentación eléctrica de estos aparatos que algunas de las personas que están detrás del cristal. Selecciono el tipo de MetroCard, el valor, paso mi tarjeta de débito del banco, doy mi clave de acceso y obtengo mi pasaje ilimitado, así que puedo subir y bajar del tren y los buses todas las veces que sea necesario.


Escojo el lado del metro que me lleva desde Manhattan hasta Flushing, desenfundo mi cámara, y camino hasta la sección mas próxima a la estación de la calle 61a, penetro mi mirada hasta aquella estación y me percato del impactante paisaje: Los carriles con sus pesados rieles acostados en las fuertes durmientes de madera, los tejados y terrazas impermeabilizadas, los edificios pardos de Woodside, los típicos grafitis Neoyorquinos que se pelean por transmitir sus mensajes cifrados, el primaveral cielo turbio, las nubes espesas atravesadas por los sagrados rayos del astro rey y los arboles que aun no se animan a retoñar.


La alarma hace su típico llamado a los usuarios para que se dispongan a entrar a los vagones, del lado contrario el tren que viene de desde Flushing hace su parada en esta estación, tomo una cuantas fotografías y espero pacientemente la llegada del tren opuesto, el que me llevaría desde 69 StFisk Av. hasta Junction Blvd.



Tomo unas fotografías del arribo del tren, todos sus ocupantes me miran con curiosidad por las gruesas ventanas, se abre la puerta y decido aprovechar para tomar este turno. Luego de pocos minutos de viaje, me bajo en la estación Junction Blvd. como en esa estación hace parada el expreso la plataforma de abordaje esta en medio de las líneas férreas, un lugar perfecto para hacer otra buena foto. Camine hasta el final de la plataforma hasta la baranda de seguridad, justo donde las líneas paralelas se bifurcan, ahí enfoqué mi cámara y empecé a imaginar como iban a ser las siguientes fotos.


Cuando estaba a punto de terminar con una gran imagen, alguien me llamo por la espalda, me di vuelta, era un policía; plantado mi lado derecho, con su mítico uniforme azul oscuro, gorro militar, insignias, cartucheras, revolver; un tipo caucásico, alto, muy rubio y de ojos azules. Lo saludé, sonreí amistosamente y continúe con mi trabajo; me preguntó, en ingles por supuesto, qué estaba haciendo: sin ánimo de atenderlo y de forma muy escueta, le contesté que estaba tomándole fotos al tren, volvió a llamarme tocando mi espalda con la punta de los dedos, y me sugirió que cuando un Oficial de la Policía le hablara tuviera la gentileza de tornarse, en consecuencia esta vez lo hice con mas respeto. Me volvió a preguntar qué estaba haciendo y como pude le conté que estaba escribiendo acerca del Tren 7; traté de hacer un buen discurso basado en la importancia que tenía para las personas de Latinoamérica dicho sistema y así justificar mis fotografías.

Muy interesado en mi disertación y muy respetuosamente, me pidió que no hiciera mas fotos, pues estaba prohibido fotografiar la infraestructura del metro; saco su libreta, me mostró el código y la multa que me correspondía por cometer esa infracción, U$ 25. Pensé en tres cosas: Dinero, el record, y lo que más me preocupaba, la suerte de mi cámara fotográfica. Ya que el desconocimiento de la ley no me exime de cumplirla, aquí como en cualquier lugar del mundo, bajé la cabeza y con humildad le presente excusas. Le dije que no sabía sobre aquella norma y que no iba a sacar más fotografías, el oficial me pidió que le enseñara la cámara, revisamos cada una de las fotografías, me señaló cuales debía obviar y cuales podía usar, me tomó por el hombro y mientras me hablaba de algo que no lograba entender del todo me empujaba de aquel lugar hasta la salida de la estación. Guardó su libreta, me despedí y le agradecí la información. Entré al vagón, me camuflé entre los latinos y los asiáticos, con mi cámara, mis fotografías y sin tiquete.

Me bajé en la estación de Flushing, pensando que a lo mejor podía continuar con mi trabajo, pero de la forma correcta, busqué a alguien que me permitiera tomar las fotos que requería. Pero algunas veces el sistema hace los procesos tan difíciles, que siempre va ser mucho más práctico y hasta seguro hacerlo por una vía diferente a la correcta; haciendo esto que el mismo sistema fracase. Por ese día suspendí mi trabajo, pero me preparaba para observar El Tren 7 desde otra perspectiva!


[1] Nicolás Guillen. Extraído de: Detalles – DetalhesDetails , Yendris Patterson cita a Nicolás Guillen

viernes, 29 de febrero de 2008

No más FARC, New York

El pasado 4 de febrero me apure a tomar el tren número 7, el único medio de transporte masivo que me podía llevar en 30 minutos desde Queens hasta la sede de la Organización de las Naciones Unidas en Manhattan. Dicho tren pasa por una de las zonas donde más colombianos se encuentran aglomerados, sus hogares y negocios; atraviesa las estaciones de Corona Plaza, Junction Blvd, Elmhurst Av, Jackson Heights, 74-Broadway y Woodside. Por esa razón al abrirse las puertas del vagón pude ver a varias personas luciendo nuestro tricolor en gorros, camisetas, bufandas y banderas; varios llevaban la camiseta de Colombia Soy Yo con la consigna no mas secuestros, no mas mentiras, no mas muertes, no mas FARC estampado en el dorso. Había elegido el tren indicado.

Como soy relativamente nuevo en la ciudad y no conozco más que la ruta del trabajo a la casa y la de la casa al trabajo, me sentí confiado, pues lo único que debía hacer era seguir la muchedumbre; ¿Para donde va Vicente? ¡Para donde va la gente! Ya sin la ansiedad de pensar que iba a perderme o que iba a llegar tarde al evento me concentre en escuchar hablar a mis compatriotas en diáspora. Algunos conversaban de la importancia de la marcha, otros de la crueldad de las FARC, algunos de la intromisión del Presidente Hugo Chaves y la traición de Piedad Córdoba, y otros comentaban sobre la impresión que les dejo la imagen de Ingrid Betancourt, registradas en las pasadas muestras de supervivencia; diferentes discursos desde el más desacertado, descabellado y atrevido, como otros muy elaborados, concienzudos e ilustrados.

Unos iban alegres y bullosos como si fueran para un carnaval y otros iban pensativos, con la indignación a flor de piel y con un rasgo de revancha en la mirada. Yo me limitaba a escucharlos y mirar por la ventana las azoteas cubiertas por los más espectaculares grafitis, pues el tren 7 es elevado hasta que se mete por debajo del East River para entrar al Midtown de Manhattan.

El tren hace su parada en la Gran Estación Central y ahí es donde la turba se levanta de los duros asientos en fibra de vidrio y empiezan a abandonarlo, luego se escurren por los múltiples pasillos, escaleras y ascensores, yo decido entonces seguir al personaje mas pintoresco, un sonriente gordito de cabello largo, con un pantalón y una chaqueta jean atiborrada de bordados. Algunos otros deciden seguirlo también. Trazamos con presura los pasillos de esta gigantesca estación, que hasta centro comercial tiene.


Cuando por fin abandonamos el edificio y empezamos con nuestro recorrido por las calles de Manhattan algunos colombianos que trabajando estaban en los garajes, en los portales de los edificios, en los camiones de mensajería, en los almacenes y restaurantes nos saludaban al vernos pasar y mi grupo contestaba con jolgorio. Entonces se formo una serie de intercambios de gritos de júbilo, de patriotismo, de regionalismos, entre otros. ¡Que viva Uribe!, ¡Viva Colombia!, ¡viva Cartagena!, ¡no mas FARC!, ¡que viva el América! Ahí estamos pintados, ni siquiera el frio de Nueva York ha podido extinguir la llama de nuestra juerga congénita, lo confianzudos y lo tropeleros. Una señora, posiblemente oriunda del eje cafetero, invitaba a hacer parte de las comparsa a cuanto desprevenido transeúnte se topaba en su camino: “Hey my friend, let’s go. Colombian people, No more FARC”, tartamudeaba un menudo ingles con acento paisa, las personas solo reían asombradas a tan sorpresiva invitación.

Y ahí estaba el complejo de la ONU, bordeado por múltiples banderas, seguramente de los 192 países miembros, y por más colombianos con sus camisetas, pancartas y sus artículos en tricolor; algunos habían elegido este como punto de encuentro previo antes de dirigirse al lugar donde se iniciaría la protesta en contra de las barbaries cometidas por los terroristas de las FARC.




En ese grupo divisaba otro pintoresco personaje, infaltable en cualquier evento de la comunidad colombiana en Nueva York, con un atuendo mucho más estrafalario que el del Gordito de Oro y con una expresión mucho más irreverente, esta vez sin la lora y sin el caniche, pero vestido de campesina, con turbante y bolso de fantasía; haciendo chistes donde ridiculizaba a las FARC a Chávez, pone la cuota de originalidad y alegría a la protesta.



Ya el reloj marcaba las 12:00 de un medio día opaco, la televisión, la radio, los medios escritos y los fotógrafos buscaban el mejor ángulo para ejercer su labor, las jóvenes de logística hacían los últimos ajustes y ofrecían información, la policía empezaba a ejercer el control y la seguridad requerida. Todos debíamos caber en la pequeña plaza Hammarskjold, pero eso no era problema, pues nosotros estamos acostumbrados al apretuje, al empujón y la rastrillada, aunque aquí aprendimos a decir: “esquiusmy” lo empujo, “esquiusmy” lo empujo, “esquiusmy” lo piso.



Empezaron pues a oírse las voces de protesta en contra de las Fuerzas Revolucionarias de Colombia (¡No más FARC!), las banderitas se agitaban y las pancartas se alzaban. De pronto todas las miradas se desviaron hacia una mujer que en la acera contraria, trataba de entregar algún tipo de panfleto, aquella mujer cincuentona, de tez morena, cabello corto y muy rizado, llevaba en su regazo algún tipo de propaganda que los participantes satanizaron. Del comentario al oído: “que tal esta vieja “hijuetantas” venir a repartir eso aquí, esa es de las FARC, esa tipa es guerrillera, pero que descaro”, se paso al coro ¡Fuera, Fuera, Fuera! La señora no tuvo más remedio que distanciarse del grupo.

Yo continuaría buscando un buen lugar para poder sacar algunas fotos interesantes, cuando se escucho por los amplificadores el Himno de los Estados Unidos de Norteamérica, seguramente como acto inaugural en una ciudad de este país, algunos colombianos lo entonaron. ¿practicaban para el examen de la ciudadanía, o tal vez lo hacían en agradecimiento a una patria que los recibió y de cierto modo les ha permitido desarrollarse económicamente, asistir a sus familias, encontrar refugio, y/o conformar un hogar, no hay que negar que eso es virtud de nuestro pueblo, la nobleza.



Continuo el acto protocolario con un discurso por parte de los organizadores, donde se buscaba dejar bien en claro el propósito de la marcha, que no era mas que el rechazo a las FARC. Anqué muchas organizaciones políticas, ONGs, y personas independientes, intentaron sacarle provecho a la marcha matizando o desviando el objetivo de esta, hacia sus propias conveniencias, ideologías y/o amores, otros intentaron opacarla, para que este acto de rechazo no afectara internacionalmente la imagen de dicho grupo violento, no lo lograron. Por fin el pueblo colombiano cansado del maltrato y del terror le grita al mundo ¡no más!



Sin desconocer, que este grupo armado no es el único culpable de la violencia en nuestro país, pues del mismo modo lo aterrorizan el ELN, las AUC, la delincuencia organizada, los narcotraficantes y hasta el propio estado. en esta ocasión la marcha era exclusivamente para decirle al mundo que nosotros los colombianos de bien rebatimos a las FARC, porque nos asesina, porque nos mutila, porque nos somete, porque nos desplaza, porque nos exilia, porque nos roba, porque nos extorsiona, porque nos secuestra, porque nos convierte en traficantes, porque nos implanta falsas economías basadas en la producción de narcóticos, porque tala nuestros bosques para sembrar amapola, coca y marihuana, porque contamina nuestros ríos y suelos con los insumos que la aplican a sus cultivos, porque adiestran, alienan, confunden, manipulan, usan a los estudiantes universitarios, como a los campesinos y a los jóvenes de bajos recursos, porque engañan a la comunidad internacional al hacerles pensar que ellos representan nuestros ideales. El 4 de febrero del 2008 fue el día en que le los colombianos de Nueva York le gritaron al mundo la verdad.




Cada vez llegaban más y mas personas a participar de esta protesta, desde personas de la tercera edad, discapacitados y niños. Todos tenían algo que decir. Mientras la pequeña plaza seguía llenándose sonó el Himno Nacional de nuestra querida república. Al escuchar las primeras notas, sentí ese orgullo y ese amor por lo que soy, la piel se me puso de gallina y en la garganta un nudo; observaba la expresión en las caras de los demás y vi que ese sentimiento era general, algunos más expresivos hasta aguaban los ojos, les aseguro que no estoy siendo demasiado romántico. Finalizado el himno la gente aplaudía entre vivas Colombia y no más FARC.



Terminado el actor formal, se integraron pequeños grupos que entonaban consignas, canticos y rezaban una y otra vez el Himno; yo aproveche para reptar entre la multitud y fotografiar algunos asistentes, con sus pancartas y atuendos.




Entre los grupos pude ver muchas cosas que me llamaron la atención por ejemplo: Quienes quisieron participar de la marcha pero desde una posición menos radical y enjuiciadora. Exigían el respeto a los derechos humanos, estaban a favor del acuerdo humanitario (y algunos repartían publicidad política del Polo Democrático y protestaban en contra de los paramilitares y el gobierno, que para ellos es la misma cosa). Pese a ir en contravía de la mayoría Uribista, tuvieron su espacio, fueron respetados y expresaron con libertad sus puntos de vista




A quienes la multitud no respeto, fue a un trío de saboteadores. A mi parecer llegaron con el firme propósito de formar una gresca, y lo lograron; los encapuchados sacaron una pancarta y gritaron consignas en contra del Presidente Álvaro Uribe y su Gobierno, algunos participantes se sintieron tan ofendidos que les arrancaron la pancarta, los derribaron, los insultaron y no paso nada mas gracias a la oportuna acción de unos oficiales del Departamento de Policía de Nueva York, encargados de la seguridad y el control. ¿Y que paso con los saboteadores? pues los asistentes mas furibundos los rodearon y les gritaban ¡fuera, fuera, fuera! Mientras eran escoltados lejos de la plaza. La consecuencia de esto fue la edición de un video manipulado y mentiroso en la página de Youtube. “Lograron lo que querian, pa’que dieron ¡papaya!”

Y fue cierto que casi todo el mundo estaba a favor del Presidente; gritaban consignas de apoyo, frases de cariño y agradecimiento, y hasta camiseta estampada con la imagen de Superuribe. Pero, el verdadero sentido de la marcha no fue el apoyo incondicional a Señor Presidente, si no el aborrecimiento a las FARC y extensivo a sus colaboradores



El objetivo se había alcanzado, pudieron ser escuchados y se sintieron apoyados por los demás países del globo terráqueo y en especial por sus hermanos.



Ya menguado el éxtasis de la protesta y cuando todo empezó a convertirse en una gran fiesta, aproveche para sacar, las que pienso yo, fueron mis mejores fotos. Sentía un poco mas de confianza y le pedía a los asistentes que posaran para mi lente. No hubo quien se negara