lunes, 18 de agosto de 2008

El Tren 7

Si hay algo en Nueva York con lo que podamos identificarnos los colombianos residentes en esta gran ciudad, es el elevado Tren 7. Es este ruidoso armatoste el que cruza por los vecindarios donde vivimos, estudiamos, trabajamos, nos divertimos y tenemos nuestros establecimientos. Casi estamos obligados a usarlo, verlo o al menos escucharlo pasar.

Aunque no es de uso exclusivo de los colombianos, no está pintado de amarillo azul y rojo, ni está decorado con carpetas tricolor de lana, no ponen vallenatos, guas carrilera ni, en el mejor de los casos, salsa; Tampoco hay la silla de montar miniatura, la botellita de aguardiente y el carriel antioqueño colgado del espejo retrovisor, ni mucho menos un machete de emergencia ajustado entre alguna unión de hojalata; ese tren es nuestro tren.

En discrepancia con lo anterior, muchos escritores lo han querido denominar como el “Expreso Internacional”, esta tesis se puede probar cuando muy temprano en la mañana los usuarios asiáticos que vienen desde su asentamiento en Flushing, nos dan “un permisito” para entrar a los vagones. Unas cuantas estaciones después nosotros les hacemos “un campito” a los europeos, y así nadie se queda por fuera. Todo mezclado; colombianos, asiáticos, latinoamericanos, afroamericanos y europeos, todo mezclado. Como en la obra del cubano Nicolás Guillen:


… Estamos juntos desde muy lejos,
jóvenes, viejos,
negros y blancos, todo mezclado;
uno mandando y otro mandado,
todo mezclado;
San Berenito y otro mandado,
todo mezclado;
negros y blancos desde muy lejos,
todo mezclado;
Santa María y uno mandado,
todo mezclado;
todo mezclado, Santa María,
San Berenito, todo mezclado,
todo mezclado, San Berenito,
San Berenito, Santa María,
Santa María, San Berenito,
¡todo mezclado!... [1]

¡Como sea! El Tren 7 aunque internacional, es nuestro; pues como ya lo había asegurado, desde donde vivimos, estudiamos, trabajamos, nos divertimos y tenemos nuestros establecimientos, los colombianos utilizamos esta línea para dirigirnos hacia los colegios, trabajos, universidades, bancos, almacenes, parques, museos, playas; en fin donde haya que ir; y por ese motivo es nuestro.



Aun, si eres un turista colombiano en Nueva York, seguramente tomarás el Tren 7 para ir a conocer el Grand Central Terminal, a las decenas de teatros de la zona del Times Square, Rockefeller Center, la sede de la Organización de las Naciones Unidas en Manhattan; si quieres pasear por la Helénica Astoria este tren conecta con el que te enclava en ese lugar, si tu destino son las industrias de Long Island City o LaGuardia Community College, las comerciales Queens Boulevard, Sunnyside y Roosevelt Avenue, El Tren 7 es una opción.



Al Tren 7 le gusta el fútbol tanto como a nosotros los colombianos, los miércoles y domingos es Hincha del Deportivo Cali, del América y del Atlético Nacional; cuando juega la Selección Colombia algún encuentro internacional, se viste con la “casaca tricolor” y moviliza a nuestra hinchada hasta los bares especializados en deportes que están localizados sobre su cauce.

Pero su verdadera pasión es el beisbol. Él es un aficionado acérrimo al equipo The New York Mets. Su máquina transporta a miles de seguidores a su templo, The Shea Stadium. Como prueba de su ímpetu por el beisbol, en el torneo Subway Series disputado en el 2000, varios vagones del antiguo modelo Redbird que sirvieron a esta línea fueron decorados con el logotipo de los Mets. Es tanta su devoción por ellos que los usuarios pueden recibir descuentos en la boletería. Así que la próxima vez: Take the train to the game™, toma el tren al juego.



Al lado contrario del aparatoso Shea Stadium se encuentra El Parque Flushing Meadows–Corona, que es el segundo parque público más grande de la ciudad de Nueva York, este monumental tren también trasporta colombianos hacia el lugar mas amplio para el esparcimiento y la diversión.


En mi primer intento de tomar algunas fotos para hacer una descripción mucho más amplia del Tren 7, el día estaba tranquilo, caliente y algo radiante; esperaba que las nubes que le dan ese aspecto opaco a Nueva York, no aparecieran del todo. Decido empezar a disparar desde la estación de la calle 69, subo las escaleras de hierro y madera hasta la insípida plataforma donde están las registradoras, las máquinas automáticas y el cubículo donde puedes comprar la tarjeta para entrar al sistema.


Además de mi cámara fotográfica, lo más importante en este ejercicio es adquirir una tarjeta, La famosísima MTA MetroCard. Me acerco a la máquina ya que es preferible interactuar con este armatoste de hierro, cobre y cables retorcidos que con el sujeto de la garita, por lo general forja más calor humano la unidad de alimentación eléctrica de estos aparatos que algunas de las personas que están detrás del cristal. Selecciono el tipo de MetroCard, el valor, paso mi tarjeta de débito del banco, doy mi clave de acceso y obtengo mi pasaje ilimitado, así que puedo subir y bajar del tren y los buses todas las veces que sea necesario.


Escojo el lado del metro que me lleva desde Manhattan hasta Flushing, desenfundo mi cámara, y camino hasta la sección mas próxima a la estación de la calle 61a, penetro mi mirada hasta aquella estación y me percato del impactante paisaje: Los carriles con sus pesados rieles acostados en las fuertes durmientes de madera, los tejados y terrazas impermeabilizadas, los edificios pardos de Woodside, los típicos grafitis Neoyorquinos que se pelean por transmitir sus mensajes cifrados, el primaveral cielo turbio, las nubes espesas atravesadas por los sagrados rayos del astro rey y los arboles que aun no se animan a retoñar.


La alarma hace su típico llamado a los usuarios para que se dispongan a entrar a los vagones, del lado contrario el tren que viene de desde Flushing hace su parada en esta estación, tomo una cuantas fotografías y espero pacientemente la llegada del tren opuesto, el que me llevaría desde 69 StFisk Av. hasta Junction Blvd.



Tomo unas fotografías del arribo del tren, todos sus ocupantes me miran con curiosidad por las gruesas ventanas, se abre la puerta y decido aprovechar para tomar este turno. Luego de pocos minutos de viaje, me bajo en la estación Junction Blvd. como en esa estación hace parada el expreso la plataforma de abordaje esta en medio de las líneas férreas, un lugar perfecto para hacer otra buena foto. Camine hasta el final de la plataforma hasta la baranda de seguridad, justo donde las líneas paralelas se bifurcan, ahí enfoqué mi cámara y empecé a imaginar como iban a ser las siguientes fotos.


Cuando estaba a punto de terminar con una gran imagen, alguien me llamo por la espalda, me di vuelta, era un policía; plantado mi lado derecho, con su mítico uniforme azul oscuro, gorro militar, insignias, cartucheras, revolver; un tipo caucásico, alto, muy rubio y de ojos azules. Lo saludé, sonreí amistosamente y continúe con mi trabajo; me preguntó, en ingles por supuesto, qué estaba haciendo: sin ánimo de atenderlo y de forma muy escueta, le contesté que estaba tomándole fotos al tren, volvió a llamarme tocando mi espalda con la punta de los dedos, y me sugirió que cuando un Oficial de la Policía le hablara tuviera la gentileza de tornarse, en consecuencia esta vez lo hice con mas respeto. Me volvió a preguntar qué estaba haciendo y como pude le conté que estaba escribiendo acerca del Tren 7; traté de hacer un buen discurso basado en la importancia que tenía para las personas de Latinoamérica dicho sistema y así justificar mis fotografías.

Muy interesado en mi disertación y muy respetuosamente, me pidió que no hiciera mas fotos, pues estaba prohibido fotografiar la infraestructura del metro; saco su libreta, me mostró el código y la multa que me correspondía por cometer esa infracción, U$ 25. Pensé en tres cosas: Dinero, el record, y lo que más me preocupaba, la suerte de mi cámara fotográfica. Ya que el desconocimiento de la ley no me exime de cumplirla, aquí como en cualquier lugar del mundo, bajé la cabeza y con humildad le presente excusas. Le dije que no sabía sobre aquella norma y que no iba a sacar más fotografías, el oficial me pidió que le enseñara la cámara, revisamos cada una de las fotografías, me señaló cuales debía obviar y cuales podía usar, me tomó por el hombro y mientras me hablaba de algo que no lograba entender del todo me empujaba de aquel lugar hasta la salida de la estación. Guardó su libreta, me despedí y le agradecí la información. Entré al vagón, me camuflé entre los latinos y los asiáticos, con mi cámara, mis fotografías y sin tiquete.

Me bajé en la estación de Flushing, pensando que a lo mejor podía continuar con mi trabajo, pero de la forma correcta, busqué a alguien que me permitiera tomar las fotos que requería. Pero algunas veces el sistema hace los procesos tan difíciles, que siempre va ser mucho más práctico y hasta seguro hacerlo por una vía diferente a la correcta; haciendo esto que el mismo sistema fracase. Por ese día suspendí mi trabajo, pero me preparaba para observar El Tren 7 desde otra perspectiva!


[1] Nicolás Guillen. Extraído de: Detalles – DetalhesDetails , Yendris Patterson cita a Nicolás Guillen