sábado, 19 de diciembre de 2009

Mr Joe

Recuerdo que estaba con algunos amigos en un pequeño bar de Nueva Ámsterdam cerrando un día feroz con un trago. Juntos frecuentamos este lugar porque siempre encontramos un ambiente tranquilo. Algunas veces nos quedamos hasta más tarde a presenciar el espectáculo de alguna banda latina o simplemente por el gusto de elevar el grado de alcoholemia. Justamente esa noche algunos músicos afinaban los instrumentos.

Las conversaciones en ese lugar se solían convertir en verdaderas tertulias cuando había suficiente vino en mi cabeza. Yo me sentaba en la palabra a departir mi discurso, mientras la masa prestaba atención y esperaba por alguna debilidad teórica, algo que se les pareciera al talón de Aquiles de mis teoremas. Pero esa noche todo era diferente, pues la muchedumbre estaba dispersa y lanzaba desorganizadas reflexiones y conjeturas a diestra y siniestra, Mister Joe caminaba gatunamente hacia la barra y yo centrifugaba el vino servido en la copa.



No se cuanto tiempo había pasado pero creo que ya había logrado decantar los taninos de mi licor, y fue en ese preciso momento que la vi cantando en la tarima. Los muchachos brindaban por nuestra amistad, yo permanecía atónito mirando a esa hermosa rubia, y mister Joe trataba de entablar una coqueta conversación con la bogotana de la barra.

Mi mesa callaba para ver la función, Mister Joe regresaba guardando un número telefónico en la memoria del suyo, yo giraba la copa al sentido contrario buscando homogenizar de nuevo el vino, ella cantaba y bailaba folclor suramericano, mientras su amigo interpretaba hábilmente la guitarra. En ese entonces, fue súbitamente bella y fácilmente caí en tentación.

Les confieso que la estaba anhelando profundamente ¿y que hay de malo en eso? Si todos deseamos poseer algo bello; es mas, a mi me gustaría ser bello también, tanto como el dios Apolo. Entonces empecé a alucinar con llamar su atención, hacerla bajar del escenario para bailar este silencio hasta el amanecer.


- Envuélveme, Sofía, toma mi mano y enséñame uno de esos bailes hispanos.

Había pasado más de una hora de función y no dejaba de mirar aquella mujer. En efecto, caí encantado por su cabello rubio como el trigo, sus ojos grandes, y verdes como esmeraldas; por su piel blanca como un algodón y su boca roja como el vino. Si, exactamente como el tempranillo español que estaba bebiendo. Y al danzar su canción, agitaba sus amplias caderas y su parte de atrás; hasta esos rasgos llamaban mi atención.

- ¡Pásame una botella mister Joe! - Exclame al salir de aquel trance.



Recuerdo, que Inconsolable le cruce el brazo y le dije en voz baja - Cree en mi, ayúdame a creer en cualquier cosa, quiero ser alguien que cree -

Mister Joe y yo solemos contarnos cuentos de hadas, compartimos nuestras ambiciones y nuestros deseos, y luego clavamos la mirada en mujeres guapas. Por esa razón, desvié la mirada de mister Joe hacia el atrio. Yo quería que observara mi tesoro manifiesto, y era ella quien estaba viendo hacia la mesa

- Te esta mirando… Oh no, no, me esta mirando a mi - Sonriéndome angelicalmente entre las brillantes luces, llegándome en stereo, aproximándose polifónica y en technicolor.

Ella cantaba tan dulce como las míticas sirenas, tan alegre como las mirlas de mi valle, y tan afinada como una guitarra flamenca. Solo yo seguía, con desmaña, sus letras desde la mesa. Se que le causo curiosidad verme tararear su repertorio y pensé que seria eso una buena excusa para hablarle.

- Será mejor no intentar - Así que sonreí escépticamente y zangolotee a Mister Joe.

- Cuando todo el mundo te quiere, no es posible sentirse solo, Mister Joe - Exclamé.

La desolación y el alcohol me habían puesto existencial y continué parloteando -Pintare un autorretrato; me pintare en azul y rojo, y en negro y gris pues cada uno de estos hermosos colores tiene un gran significado… Mi favorito es el gris -

Entonces, sentí todo esto tan simbólico, tan trascendental.

- Si conociera a Picasso, me compraría una guitarra gris y le tocaría una canción - Mister Joe me miro con afecto y se echo a reír.


Mister Joe y yo miramos al futuro, proyectamos, apostamos y nos hacemos ilusiones y luego clavamos la vista en las mujeres guapas.

- Te está mirando… Uh, no lo creo. Me está mirando a mí. - Desde esa tarima colgante, sin un Cable a Tierra y de pie bajo los focos de colores.

- Me compré una guitarra gris - Le conté a Mister Joe, varios meses después de mi regreso a Nueva Ámsterdam.

Para ese entonces, ya no cumplíamos a la cita en el pequeño bar, ya no éramos más que tres gatos. Tampoco volvimos a oír cantar a la rubia, que si bajó del estrado, pero nunca tomó mi mano ni me enseño a bailar tango. Todo había cambiado.

- Cuando todo el mundo me quiera, nunca me sentiré solo, Mister Joe - Exclamé.

La desolación y el alcohol nuevamente me habían puesto existencial y como de costumbre continué parloteando - Yo quiero ser un león, y todos aquí en Nueva York quieren hacerse pasar por gatos -

- No estoy de acuerdo. Todos queremos ser grandes, grandes estrellas; pero tenemos diferentes razones para ello. - Me refutó Mister Joe.

- Cree en mí, porque yo no creo en nada, y quiero ser alguien en quien creer -

Mister Joe y yo nos tambaleamos por el barrio, y sí, clavamos la vista en las mujeres guapas.

- Esa nena es perfecta para vos, ¡Parcero! Tambien tiene que existir alguien para mí -

Yo Quiero ser Bob Dylan, Mister Joe quiere ser alguien un poco más extraño, tal vez Valderrama.

- Cuando todo el mundo te quiere, ¡Ñiño!, eso, eso es lo más extraño que puedes ser – agrega Mister Joe quien sonríe irónicamente.

Unos metros mas adelante el y yo nos detenemos frente a una vitrina y clavamos la vista en un video musical. Después de un rato el halo fuerte de mi brazo y yo me le escapo.

- Algún día cuando mire la televisión, quiero verme en ella – agregue – “Todos queremos ser grandes estrellas” Pero no sabemos por qué y no sabemos cómo lograrlo, y cuando todo el mundo me quiera, voy a ser lo más feliz que puedo llegar a ser -

Mister Joe y yo, vamos a ser grandes estrellas...

* Basado en: la canción de Mr. Jones de Counting Crows
** Textos tomados de:
Children in bloom

domingo, 13 de diciembre de 2009

El Cochecito Millonario

En vísperas de la navidad un cochecito para bebe reposa en la acera de la calle 82da de Jackson Heights, la misma calle que lleva por nombre el de nuestro país y que por tradición ha sido el boulevard de nuestros compatriotas, a un par de metros de la entrada de la estación del tren y en frente del restaurante mas popular y mas populoso del sector. Sin bebe alguno en sus entrañas y sin un dueño aparente, aquel coche simula estar descuidado o tal vez abandonado por el dueño. La mayoría de los transeúntes pasan inadvertidos, otros solo eluden su responsabilidad al seguir de largo, y algunos pocos siendo mas solidarios se detienen preocupados por el gélido bebe. ¿Pero quien podría dejar un infante abandonado en mitad de esta calle? Con esta noche tan fría y ventosa.

“Toparías” Ningún bebe adentro. En su lugar, una fina cartera de mano pavonea un suculento abanico de billetes de dólar. Déjenme calcular… Cinco billetes de $20 dólares son ondeados por la brisa. Pero ¿A que mujer se le ocurre dejar una cartera ahí, con un abanico de billetes? Entonces, la mente empieza a administrar dicho monto: Para pagar la cuota de la tarjeta de crédito, o el regalo de navidad del hijo, o el giro para la cena de mama. Tantas opciones para emplear esos sensuales $100 dólares, que a pesar de la circunstancias y de la necesidad, no os pertenecen.

Tres hombres y una mujer, que se detienen frente al coche, se percatan del dinero. Ellos comentan lo insólito del hallazgo y discuten si tomarlo o no. Ella, quien luce más cautelosa, contiene las intenciones de uno de los jóvenes, quien quiere asegurarse de que el coche esta realmente abandonado. Mientras tanto, haciendo parte de este paisaje urbano hay dos patrullas de policía estacionadas en ambas vías, algunos oficiales aperchados en estas cuatro esquinas, y un par de hombres caucásicos vestidos con abrigos, pasamontañas y lentes oscuros, esperando ser arreados. Una carnada para ingenuos demasiado obvia, que tienta la honestidad del cándido peatón de esta vía para así atraparlo in fraganti; quien sabe con que fin.

Ya es la segunda vez que paso frente al triste coche abandonado, la fina cartera de mano y el morboso abanico de billetes. Parece ser esta una práctica periódica frente al restaurante de McDonald’s de la calle 82da y avenida Roosevelt. Como es periódico también, el evidente operativo y sus actores. Esta vez, yo me detengo frente a la trampa y con prudencia le revelo a un amigo dicho complot, quien al ver mas allá de sus narices, cae pasmado por la indignación. El saca su teléfono celular futurista con la única intención de “Tomarles una foto a las palomas noctámbulas de la Calle Colombia” Su pulso enredado entre las trescientas mil utilidades del teléfono y sus nervios alterados al debutar como reportero hacen difícil la maniobra. “Las luces de los carros no me dejan tomar una buena foto” Exclama, mientras oprime el botón y hace lo mejor que puede. Mientras tanto, yo hago la parodia de contestar una fortuita llamada telefónica, para hacer de ese sospechoso malabar de teléfonos celulares una muy eventual y muy regular acción. El contoneo del derrière de una hermosa señorita fue la coartada perfecta para salir de ahí ilesos, con las fotos y con la historia. “Creo que las fotos no van a servir” Se lamenta mi colega, mientras desvía la mirada de la pantalla del teléfono hacia el femenil objetivo.



De pie frente al lugar donde hacen los pandebonos que saben a los de Cali, con los huesos calados por el frío y con el corazón estreñido, discutíamos sobre el objetivo del cochecito millonario. ¿Qué tipo de operativo es este? ¿Por qué en medio de la calle Colombia y frente a un restaurante popular? ¿Por qué en vísperas decembrinas? ¿Por qué donde mas del 80% de los caminantes son colombianos, mexicanos y ecuatorianos? Yo pienso que esta es una trampa diseñada para un latino, que por ingenuo, termina siendo procesado como un vulgar ladronzuelo de poca monta, y que sin poder negar las evidencias y sortear el libreto del fiscal terminaría siendo deportado a un país donde aprendió que a “papaya puesta papaya partida” o “lo que uno se encuentra tirado en la calle, no tiene dueño” Para finalizar, no tengo mas que preguntarles: ¿Qué concluyen ustedes?

miércoles, 11 de marzo de 2009

El Depresivo Mural del Terminal 4 del J.F. Kennedy


Como un mal presagio de lo triste que podía llegar a ser la vida del inmigrante común y corriente en la inmensa ciudad de Nueva York, aquel mural del cuarto terminal me advertía de los riesgos del paso que estaba dando. Como gárgolas demoníacas empotradas en el portal de acceso a la casa de Dios, estaban grabados los rostros afligidos de decenas de inmigrantes de todas las razas.



Mientras yo observaba con detenimiento y temor cada uno de los retazos de dicho mural, y caminaba hacia la fila de quienes profesaban y creían en el sueño americano, no dejaba de refrendar “Demonios, demonios... Ninguno en este mural esta sonriendo, ninguno es feliz” Impactado por lo que Deborah Masters (tal vez) expresaba en su obra, empuñaba mi pasaporte, la radiografía y la bolsa de papel sellada que debía ser entregada a los oficiales de Inmigración.

Mis coterráneos y demás vecinos de línea censuraban mis necias palabras con sus lánguidas miradas; pero estoy completamente seguro que solo evadían su temor y trataban de ser algo “positivos” En contraste, un antioqueño cincuentón, desgarbado, escueto y sin pelos en la lengua, exclamo: “Joven, es que aquí se viene a comer física (*)” Quede absorto pensando en sus lacónicas palabras y en el "por que" del mural. ¿Por que exactamente ahí? ¿Por que ese mensaje? ¿Será esto una advertencia? o Tal vez una clara intimidación para que demos media vuelta y nos larguemos de su paraíso. Tan solo usted tendría que observar con detenimiento cada cuadro, cada uno de los símbolos de esta obra y cada rostro, para comprender lo que en ese momento sentí.

En el primer segmento, Las Caras de Nueva York, una señora de cejas prominentes medio sonríe para esta foto, debido a un incontrolable cólico menstrual. Mientras tanto sus compañeros de escena le recomiendan un poco de Advil o Tylenol para su dolor. Pues es así es que ellos menguan sus dolencias para poder seguir trabajando.


En el yeso titulado El Subterráneo, nadie parece alegrarse porque esta vez el tren no se demoro en volver a pasar; es que sus mentes están concentradas en resolver los problemas de su lejano hogar, en la soledad de las cuatro paredes donde pasa la noche, o en pagar la tarjeta de crédito de Doña Victoria Secreta.


En el simbólico, representativo y mil veces elogiado Puente de Manhattan, aunque en plena primavera, se vislumbran sobre él algunas nubes negras, que aparecen como un inquietante presagio. Una oscura predicción de los eventos que, valga la redundancia, están por ocurrir: Una creciente crisis económica, una incontrolable pandemia, un inevitable atentado terrorista, o la interminable interdicción en Medio Oriente.


En la floristería, un enclenque perro da muestras de su adaptabilidad y abnegación a las precarias condiciones de sus estoicos amos; pero observa envidioso y resentido la fortuna de su colega, a quien obviamente, no le escasea el pernil ni la pechuga, aunque si el desinteresado amor de su majestad.


Las encargadas del mercado de las pulgas deberían de aprender algo sobre atención al cliente y técnicas de venta. Tal vez con solo sonreír a cliente y no restringirse al frío e imperativo ¡Next! Este saldría realmente satisfecho, con sus bolsas llenas de artículos, y con ganas de regresar a comprar por comprar.


En el en sector del Times Square ya no hay quien se deje cautivar por los magnánimes edificios y los miles de anuncios luminosos, tan solo los fisgones turistas con sus cámaras japonesas. Posiblemente la melancolía y los espasmos musculares, que ponen tenso el cuello, no dejan que los neoyorquinos miren hacia el frente y hacia arriba, para disfrutar el despliegue artístico y publicitario que ha sido diseñado para ellos.



Hay un Parque infantil en el Bronx donde ni los niños ríen; no se escuchan los bullicios y las risas, no se oyen los chillidos de histeria ni las rondas. Tan solo están usando por usar los pasamanos, columpios y resbaladores. No creo que estos chiquilines estén jugueteando, puede ser que ya no entienden que si es posible hacerlo lejos del televisor y el video juego.


Estos afligidos trabajadores de una de las tantas oscuras factorías, parecen sobre-explotados por sus jefes. El exceso de trabajo, las malas condiciones ambientales y una pésima remuneración no son buenos alicientes para hacer lo mismo día tras día. Y esto continuara así hasta que alguien, embargado por la envidia, los denuncie a inmigración y deban renunciar a su posición para que los sabuesos pierdan su rastro.


Lejos de ahí, quienes están en su día libre haciendo picnic en el Bryant Park, no dan muestras de estar pasándola muy bien que digamos, aunque el clima es perfecto, el sol esta brillante y no hay quejas por la atención en las mesas, estos prosaicos individuos se han vuelto unos estreñidos de la felicidad.



El tren 7 nunca había estado tan patético, como siempre repleto de negros, sudacas, indios, asiáticos, marcianos y atlantes; todos maltrechos, grasientos, haraposos y pecuecudos; que excluidos, ofendidos, golpeados, denigrados, acorralados, vituperados, avergonzados, estafados, despreciados, expulsados (Si omito alguna otra cosa que nos hayan hecho, no es por falta de memoria, si no por falta de espacio) regresamos a casa para aplastarnos frente al televisor a beber una insípida Budweiser y comernos una hedionda pizza de queso con queso.



El percusionista caribeño, quien con ínfulas de consagrado artista, suele hacer su espectáculo en la 44ta, se ira a casa con unos cuantos “quarters” en el bolsillo. Monedas que sin más remedio deberá ir juntando para pagar la renta de esa mazmorra llena de cucarachitas y chinches, que por lo costosa, en vez de alquiler parece una multa.



Estos ejecutivos deben ser los corredores de bolsa de Wall Street. Lucen como a quienes les toco la crisis económica del 2008. Tal vez este molde fue inspirado en algo que Deborah vaticino o es un dibujo de algún Déjà vu.



Parece que ni la propia Deborah escapa de la tristeza de su obra. En esta representación se nota a leguas que no la pasa bien con sus invitados a cenar, y estos desagradecidos por su parte se quejaron de la sazón de la carne, que la sopa estaba fría, que el vino no colmo las expectativas, y que las papas quedaron crudas; mejor ni arriesgarse a probar el zumo de la gran manzana.


A la Botánica mexicana ya nadie va a buscar ni un San Antonio Bendito puesto de cabeza. Según parece, los santos perdieron la fe, La Virgen cerró su despacho en Queens y ya no intercede por nadie, ahora ni Babalawo, ni Yemaya concederán peticiones, y para rematar San Gregorio Hernández se volvió Chavista.


He dicho! En la en la Pescadería China algo huele mal!



Bajo el Puente de Brooklyn alguien se casa por conveniencia o solo para obtener la residencia americana.



Un momento… Algo contrasta con la armonía del mural. Alguien sonríe porque ganaron los Yankees! su cabello rubio y ojos azules podría apostar que no es inmigrante, aunque también los hay caucásicos.



Y después de observar todos los yesos, en el ultimo, dos inmigrantes se ven contentos; muy pocos ¿no? Puede ser que tan solo presumen para que sus amigos y familiares no se enteren que la casota que tienen se la deben al banco y están a punto de perderla, que el Mustang rojo es del vecino, su hermoso juego de sala clásico se lo encontraron en el anden de alguien que ya no lo quería, Los levis’s que visten se los compraron a los “Mecheros” y que los 4 mil dólares que acostumbran a despilfarrar en la Feria de Cali con sus amigos, familiares y vecinos los consiguió con un segundo trabajo o “a punta de Over time”



Posiblemente en New York más que inmigrantes felices, hay inmigrantes conformes que soportan muchas condiciones adversas y extrañan muchas cosas de sus vidas en sus países de origen (exonero a los que con seguridad pudieron cambiar sustancialmente sus vidas, en la ciudad de las oportunidades); por esa razón reflejamos nuestras tribulaciones en el rostro y los artistas lo logran captar e interpretar.